Análisis Simbólico
Si bien el trabajo analítico clásico permite la INDIVIDUALIZACIÓN - proceso que nos convierte en seres autónomos y libres de todo vínculo simbiótico - el análisis simbólico de corte junguiano va más allá, proponiéndonos adentrarnos en la vía de la INDIVIDUACIÓN lo cual es un proceso que nos trae de camino a la experiencia de profunda unidad del Ser y al sentido de uno mismo en la totalidad de la que formamos parte de forma única.
Análisis Simbólico
Basado en el concepto de Inconsciente Colectivo evidenciado por Carl Gustav Jung, el Análisis Simbólico va más allá de la psicoterapia clásica, de carácter individualista, y permite adentrarse en una relación iniciática, en el mismísimo núcleo de nuestra totalidad que Jung asemeja al Alma - siendo ésta misma conectada con el Todo.
En este marco, el malestar ya no se explora directamente en su vertiente individual sino que lo referimos a la manera disfuncional en que los arquetipos del inconsciente colectivo se inscriben y operan en el seno de la psique del paciente.
Entonces, su malestar depende tanto del malestar colectivo y transgeneracional de la humanidad en la que nos inscribimos todos, que de aquello que, en la historia personal del paciente, lo determinó.
Así, el proceso de INDIVIDUACIÓN propuesto desde el enfoque junguiano ofrece un espacio de búsqueda espiritual personal que permite restablecer el Sentido humano de nuestra vida y de nuestra relación al otro y al mundo. En este sentido, el trabajo desarrollado en colaboración con el analista ayuda a diferenciarse conscientemente de los modelos alienantes transgeneracionales, familiares y culturales que dominan el inconsciente.
Al liberarse de esas alienaciones culturales de la humanidad ... el paciente enmienda en su interior el sufrimiento de la humanidad que no es otra cosa que un malestar de su propia relación al mundo y a su sentido.
Es un camino claramente espiritual pero de ninguna manera en el sentido "religioso" o "esotérico" de la palabra. Os invito a entenderlo como la la búsqueda de un sentido existencial que transciende el yo en su funcionamiento lineal, en su incompletitud y, por ende, en su afirmación sistemáticamente unilateral porque demasiado centrado en si mismo.
Este acompañamiento supera entonces el marco de la psicoterapia porque se trata de un trabajo simbólico enfocado en la transformación espiritual de la vida del paciente quién está siendo acogido en su singularidad para que, sesión tras sesión, pueda experimentar el proceso de equilibrio y de armonización de la vida que lo atraviesa, que opera dentro de él de manera muy personal y que transciende su propio yo.
El yo, sólo es una parte de la totalidad del humano. Lo que transciende ese yo y constituye el ser viene a ser el si-mismo. Desde el nacimiento cada uno de nosotros tiene un sentido de su propia totalidad o, por decirlo en términos junguiano : del si-mismo. Pero nada más nacer, nuestras experiencias, nuestras vivencias y, en sentido general, nuestro desarrollo, cristaliza una consciencia de un yo al que acabamos identificándonos como si esa ente psíquica fuera Todo. Así es como fundamos nuestro sentimiento de unidad sobre una dualidad.
Esa diferenciación del yo es necesaria para anclarse en el mundo ... y los trabajos terapéuticos clásicos permiten llevar a cabo ese trabajo para quién le resulte difícil diferenciarse (o individualizarse) de cara al Otro y/o al mundo. Para Jung, esa primera etapa de diferenciación del yo debía ser el cometido de la primera mitad de la vida ... dejando para la segunda mitad el trabajo de individuación que viene a ser un retorno y un redescubrimiento consciente de esa totalidad, de este núcleo de uno mismo que denominamos el sí-mismo.
Muy a menudo, los procesos de individuación que no son otra cosa que un trabajo de reconciliación consciente con el propio centro interno - o núcleo psíquico - o sí-mismo, comienzan con una herida en la personalidad que adquiere su punto culminante, por le general, en torno a los 40 o 50 años de edad - ¡ Esa famosa crisis de los 40 !
Cuando el yo llega a un callejón sin salida, no le quedan muchas opciones. Una de ellas consiste en ir al encuentro de ese centro director oculto que todos poseemos sin saberlo, y dejarse guiar por este ; ese centro regulador es nuestro si-mismo y viene a ser la totalidad de la psique, siendo el yo una pequeña parte de la misma.
Este encuentro permite descentrar el yo para permitir al si-mismo tomar su lugar en el centro de la psique. Eso es, precisamente, el fundamento de cualquier experiencia espiritual. Al conseguir esto, el sujeto aprende que el yo no tienen porque forzar la vida que, de todas maneras, no se deja controlar. Al contrario, el sujeto se vuelve cada vez más capaz de acoger en si mismo aquello que le propone la vida.
Sólo así podrá inscribirse en una búsqueda alegre de su nacimiento constantemente renovado a si mismo y a los demás.
Durante el proceso, al dejarnos ir hacia el si-mismo, este se nos aparece de manera gradual y por partes que vienen a ser imágenes arquetípicas que, a la manera de un puzle, acaban juntándose lo cual nos acerca cada vez más a la totalidad del si-mismo. Son esas partes que le proceso de Individuación propone reintegrar a nuestro ser total.
Como etapa previa al encuentro con las partes, el proceso de individuación se inicia al vislumbrar que la consciencia no es la totalidad de nuestro Ser. No solo existe esa parte de consciencia sino que también existe una parte inconsciente en la que habitan un conjunto de deseos y de rasgos que negamos al considerarlos negativas.
Dicho de otra manera, tomamos consciencia de la coexistencia de una parte consciente que se relaciona con el mundo exterior llamada PERSONA (en referencia a las máscaras que traían los actores de teatro de la antigua Grecia) y de esa parte oculta llamada SOMBRA que es aquella que alberga un conjunto de aspectos que negamos cuando, en realidad, no tiene porque tener la connotación de malignidad que le solemos atribuir.
De hecho, PERSONA y SOMBRA son las dos vertientes que nutren animan el núcleo del conflicto intrapsíquico que podemos definir como la lucha interna perpetua entre lo que debemos aparentar con afán de aceptación familiar y social - y lo que, en el fondo, deseamos expresar de nuestra profunda naturaleza, pero que negamos a toda costa (y accesoriamente, proyectamos en los demás) porque aprendimos que no era aceptable.
En vista de caminar hacia la totalidad, es decir, reducir la dualidad, es preciso trabajar en la reintegración de los elementos que componen la SOMBRA a la vez que reduciremos el papel de la PERSONA a las estrictas necesidades sociales. En lo que a la sombra se refiere, no se trata de ceder a los impulsos sin ningún tipo de censura como si abriésemos la jaula en el que el león quedó encerrado durante años y años. La sombra, cuando se le da rienda suelta de repente, puede resultar peligrosa. Más bien se trata de reconocerla y valorarla poco a poco, estimar su valor y aceptarla como parte integrante de nuestra más auténtica naturaleza. ¡ Qué hermoso puede resultar ver el león libre de nuevo en su espacio natural, después de tantos años encerrado y al cabo de un proceso durante el que lo pudimos domar poco a poco !
El segundo conjunto arquetípico en aparecer en el proceso se daría en relación a los arquetipos sexuales. Más concretamente, se refiere a la necesidad de integrar la doble polarización "masculino-femenino" que conforma nuestro fundamento como humano. La conjunción "ánima y ánimus" viene a ser, desde Jung, la imagen del alma.
De niño y hasta la fecha, hemos ido integrando los aspectos propios identificados con nuestro género.
Vale decir que, si fuimos niño, solimos aprender que debíamos comportarnos tal y como se espera que se comporte un varón de acuerdo con nuestra herencia cultural. (La sensibilidad y el afecto eran cosas de niñas).
En esta etapa del proceso de individuación, se va a tratar de empezar a integrar elementos arquetípicos que, si bien provienen tanto de la herencia cultural como de la personalidad profunda, habían estado negados y reprimidos.
Para el varón, el proceso va a implicar la integración al propio ser, al lado del arquetipo identificado con el propio género, de la parte habitualmente identificada con el sexo contrario.
Vale decir que al integrar su arquetipo femenino - o ánima - el hombre acogerá elementos tradicionalmente atribuidos a lo femenino como la sensibilidad, la empatía, la intuición, la expresión de afecto, el instinto de protección, de nutrición ..., mientras que la mujer, al integrar su polaridad masculina - o ánimus - junto a su feminidad, acogerá elementos denegados en mayor o menor medida por ser tradicionalmente atribuidos al varón. Son, por ejemplo, la fuerza, la vitalidad, la lógica, la puesta en acción ...
En realidad, de lo que se trata, es reconocer e integrar partes de uno mismo muy valiosas que fueron reprimidas años y años a raíz del moldeado familiar y social al que todos somos sometidos de una u otra manera.
Os dejo imaginar las fuerzas y potencialidades que albergamos ocultándolas por miedo al rechazo ...
Reconocer, aceptar e integrar esas partes inconscientes es una fuente inagotable de enriquecimiento personal.
Más allá de esas consideraciones sobre sombra y ánima/ánimus, vale decir que la reintegración de partes ocultas puede ser vista como la armonización de los opuestos.
No se trata de ser todo hombre de manera muy reactiva - como si, de manera inconsciente, se tratara de ocultar elementos de nuestra feminidad que no son aceptables desde el punto de vista de la PERSONA - Tampoco se trataría de lo contrario : un hombre que, de repente, aceptaría de manera antinatural y sobreactuaría su feminidad, denegando la polaridad masculina que hasta entonces parecía funcionar de manera unilateral. Se trata más bien de encontrar lo que los Taoistas denominan la Vía del Medio. Vincular armoniosamente las polaridades opuestas de manera que funcionen colaborativamente y con fluidez proporciona una potencia, una creatividad, una inspiración, difícilmente imaginables.
De hecho, volviendo al ánima/ánimus - o al alma - en palabras de Jung, interviene cómo mediado entre el yo y la totalidad del Ser - o si-mismo.
El tercer arquetipo que emerge en la última etapa de la individuación, es la figura del viejo sabio o del arquetipo luz ; un representante de la totalidad consciente e inconsciente similar al sí-mismo. El si-mismo abarca la consciencia del yo, de la sombra, del ánima/ánimus y la dimensión colectiva del inconsciente. Pero el hecho de vislumbrar esas zonas oscuras y desconocidas de nuestra psique radica en la consecución de un nivel de consciencia desconocido hasta la fecha. . El peligro radica en la sensación de omnipotencia que eso puede llegar a generar.
Es cuando aparece la sabiduría para devolvernos la humildad y la capacidad de acoger el flujo de la vida. La vida que, al fin y al cabo, es la única fuente de sabiduría - la que da sentido a lo desconocido si es que somos capaces de apartar el pequeño yo y su afán de control para dar espacio a lo que intenta decirse para nosotros y a través de nosotros desde el si-mismo : humano total y atemporal - producto de la integración mutua de le consciente y lo inconsciente - brillante y oscuro - y a la vez, ninguno de los dos - tal y como se refleja en el símbolo del Yin y del Yang.
El final del proceso de individuación se da cuando quedan integrados los opuestos hasta disolver la dualidad en la adquisición de la unidad. Eso se da con la integración de todos los elementos que conforman la psique (lo consciente y lo inconsciente, la persona y la sombra, lo individual y lo colectivo, ánima y ánimus ...). Pues estamos ante un ser individuado en el que emerge una profunda comprensión de si mismo, del Otro y del mundo. Un ser completo, consciente de los diferentes aspectos que conforman su ser, libre y autónomo, capaz de distinguirse del mundo.
El proceso de INDIVIDUACIÓN utiliza toda la dimensión simbólica que nos acarrea la vida y más particularmente, el sueño, en la medida en que es una manifestación de lo que ella intenta decirnos.
¿ Qué nos dicen nuestros sueños ?
En tanto que manifestación de la Vida que nos está dirigida, el sueño es portador de un mensaje que nos concierne ; un mensaje que proporciona sentido a nuestros malestares y nos indica los recursos a utilizar. Dicho de otro modo, el sueño contiene en si mismo un principio de sanación altamente personalizado. Mediante el sueño, la Vida intenta sanarnos ya que la mueve una energía basada en el cambio ; una energía propia del si-mismo que, en el núcleo de nuestro ser, es a la vez uno mismo y mucho más que uno mismo.
Mucho más allá de lo que permite el análisis de los sueños desde la perspectiva analítica clásica, el trabajo de interpretación de los sueños según los criterios de Jung permite ir mucho más lejos en la comprensión que el yo pensaba tener de su propia existencia y de lo que la determinaba.
El sueño, en tanto en cuanto es una energía simbólica potente, a la vez singular y universal, nos muestra los elementos reprimidos, nos confronta a nuestra las sombras que tanto nos atemorizan mientras seguimos asociarlas a aquello que nos parece detestable. Sueño tras sueño, retiramos los velos aterradores que cubrían las figuras de la sombra, lo cual revela el carácter a menudo luminosos que alberga, aunque no siempre. Sea lo que sea la sombra, su reconocimiento siempre permite integrarla a nuestra personalidad de manera que ésta, se puede completar. Sea cual sea el destino que le reservamos a la sombra, se lo damos desde la consciencia y la propia voluntad. Ese reconocimiento y esa aceptación (o rechazo) nos libera de las defensas inconscientes que, antaño, usábamos para negar esas partes y proyectarlas en los demás, haciendo que gastáramos una energía psíquica considerable ; energía que ya no podía ser invertida al servicio de nuestra propia realización.
De modo que el sueño invita a un diálogo susceptible de liberar a nuestro ser de los límites estrechos en los que nuestro yo se quedó encerrado. Permite desahuciar el sufrimiento generado por la incesante repetición de aquello que el yo conoce. Sueño tras sueño, liberados de los roles que nos alienaban, nos encontramos guiados en un camino de diferenciación, es decir, hacia nuestra más auténtica naturaleza, al recorrer aquel proceso de armonización y de transformación al que Jung denominó INDIVIDUACIÓN.
Sesión tras sesión, y gracias a la interpretación de todos los sueños que surgen, se construye una nueva relación con el inconsciente y, de ahí, surge la capacidad de tener una lectura mucho más simbólica de la Vida y de nuestras vivencias.
Al desalojar el yo de la posición central que siempre ocupó en el seno de nuestra psique y al dejar ese lugar libre para el si-mismo, nos emancipamos de todos aquellos puntos de vista y perspectivas limitantes del yo. Por fin, aceptamos abandonarnos a la Vida que, en su inmensa sabiduría, sabe lo que nos corresponde y lo que es mejor para uno mismo.
Se pueden trabajar ciertos aspectos desde el punto de vista simbólico - mediante el análisis de sueños - en el marco de una terapia analítica clásica. Pero, para un análisis específicamente simbólico, las sesiones suelen tener una frecuencia semanal (aunque puede ser quincenal) y una duración de hora y media.
Su coste es de 70 Euros.
Es muy aconsejable emprender este tipo de trabajo teniendo una experiencia terapéutica previa.